María Rivo Vázquez, en su trabajo sobre la fachada del Colegio de la Compañía, con el aval de la Universidade de Santiago de Compostela, afirma que: “Aunque de incuestionable sustrato clasicista herreriano, la fachada eclesial del Colegio de Monforte está revestida de un manierismo que, sin desbocarse, sobrepasa el ámbito estrictamente ornamental de almohadillados, puntas de diamante y formas enrolladas. La ruptura del frontón, la brusca finalización de la cornisa de la portada y, sobre todo, la inexacta superposición de los soportes merman la claridad estructural típica de las fachadas previñolescas. Así pues, se podría aventurar la hipótesis de un diseño inicial controlado esencialmente por Vermondo Resta, autor más italianizante y próximo al manierismo que Ruiz.
En los cambios que se deducen del pliego de condiciones quizás tuviera un papel destacado Juan de Tolosa. De hecho la falta de correspondencia entre los soportes del primer y segundo cuerpo podría deberse, más que a una licencia consciente propia del manierismo, a un desajuste fruto de modificaciones introducidas por un maestro menos experto, tal vez Tolosa. Además, la sustitución del corintio por dórico y jónico y la eliminación de un óculo que debía de ocupar un lugar central, sugieren una sutil desviación hacia una estética más herreriana desde soluciones italianizantes.
Una trayectoria que bien podría ir de Resta a Tolosa. En cualquier caso, no cabe duda de que Serlio y Vignola son las fuentes clave de la fachada. La huella de la fachada de la iglesia del Colegio del Cardenal en la arquitectura gallega es prácticamente irrelevante. Bonet menciona emulaciones de su friso con metopas de círculos gallonados en las iglesias de Monfero, Oseira, San Vicente del Pino de Monforte y San Bartolomé de Pontevedra, esta última también sede jesuítica; y ve en Oseiray San Vicente la presencia de otros elementos arquitectónicos del Colegio Monfortino, aunque peor articulados. Así pues, se trata de una de las pocas muestras de clasicismo herreriano en Galicia que, sin embargo, parece haber sido “temperada” para conciliar manierismo y clasicismo, romanismo y herrerianismo, y, en definitiva, adaptarse a circunstancias, gentes y lugares -como San Ignacio prescribió a sus seguidores- dentro de una Orden cuya estructura jerárquica, sin embargo, nunca dejó de ser romano céntrica.”